Borges se desangra en los ponientes de la Pampa mientras a mí me atraviesa el cuerpo una luz naranja de atardecer caliente y murciano, de manos blancas y de tierra seca. El olor a mojado de las calles de Buenos Aires se mezcla de repente con el aroma a flor nueva de naranjo: ese aroma envolvente y elemental que se queda enquistado en el pecho.
Los surcos y callejones que desgarran la ciudad argentina, brillante de plata y de reflejos, los veo al pasear por las avenidas murcianas, que son como aristas puntiagudas abarrotadas de personas, de miradas y de espacio lleno. Espacio cubierto por nada más lejos del silencio.
No hay nada más absoluto que sentirse viva en un libro, y seguir sintiendo algo similar al salir de él con las manos llenas y las palabras enredadas en el abdomen, muy dentro.
Nos despedimos al atardecer, en gradual soledad.
La media luna que el cielo se comió
...escribir es ese punto medio entre la verdad que duele y la mentira que alivia
Miradas
sábado, 2 de abril de 2016
domingo, 10 de enero de 2016
domingo, 15 de noviembre de 2015
Eran dos imanes,
ambos positivos
y tan incompatibles que entre ellos
hacían fuego.
Eran marea alta,
bandera roja y mucho ruido.
Eran dos
y jamás se hicieron uno.
Se compenetraban a la perfección
para distorsionar el mundo.
Hablaban a gritos
o sin hablar.
Miraban juntos al cielo
por no mirarse el uno al otro.
Se habían querido sin querer.
Evitarlo.
Y ahora la vida se había muerto.
ambos positivos
y tan incompatibles que entre ellos
hacían fuego.
Eran marea alta,
bandera roja y mucho ruido.
Eran dos
y jamás se hicieron uno.
Se compenetraban a la perfección
para distorsionar el mundo.
Hablaban a gritos
o sin hablar.
Miraban juntos al cielo
por no mirarse el uno al otro.
Se habían querido sin querer.
Evitarlo.
Y ahora la vida se había muerto.
sábado, 7 de noviembre de 2015
Dejémonos
Déjame, déjame comer un día en el desierto de tu cuerpo,
de tu cuerpo convertido en letanía.
Déjame, déjame entonces romper tus espejos,
tus espejos de espuma de color aguamarina.
No me dejes, no me dejes nacer otra vez en cada beso,
en cada beso que me niegas por manía.
No me dejes, no me dejes claudicar esta vez en nuestra guerra,
en nuestra guerra que pacíficamente me envenena.
Déjame, déjame congelarme en el purpúreo invierno de tus andares,
de tus andares, los que me llevan por la senda escondida.
Déjame, déjame perderme en la frágil pasión de tus contrastes,
de tus contrastes y de tus grandes manos llenas de espinas.
de tu cuerpo convertido en letanía.
Déjame, déjame entonces romper tus espejos,
tus espejos de espuma de color aguamarina.
No me dejes, no me dejes nacer otra vez en cada beso,
en cada beso que me niegas por manía.
No me dejes, no me dejes claudicar esta vez en nuestra guerra,
en nuestra guerra que pacíficamente me envenena.
Déjame, déjame congelarme en el purpúreo invierno de tus andares,
de tus andares, los que me llevan por la senda escondida.
Déjame, déjame perderme en la frágil pasión de tus contrastes,
de tus contrastes y de tus grandes manos llenas de espinas.
domingo, 11 de octubre de 2015
7 de Octubre
Hoy he visto a la Locura y me ha mirado a la cara. Ha abierto los brazos y las piernas y ha gritado hasta llenar la sala. La he mirado perpleja, como con pena y envidia. Tenía las manos de una artista y el corazón de un pájaro desplumado.
Estoy segura de que su alma era de barro.
Me miraba entre las rejas de una cárcel que existió hace años. Me miraba y la sentía tan cerca, tan amenazante, tan destructiva, que la confundía con los trozos de un espejo.
Me he mojado con las lágrimas de la más pura desesperación y he cerrado los ojos ante la perfecta descomposición que supone conocerse a uno mismo.
He visto cuerpos curvarse al compás de un piano. He visto figuras en movimiento. He percibido la sombra de la verdadera clarividencia. Me he dejado una parte de mí en uno de esos sillones.
He estado delante de una obra de arte y ahora sé lo que es sentirse pequeña.
'Aquí estoy. Ya no tengo cincel ni martillos. Aquí estoy, sin barro y sin camisa de fuerza.'
domingo, 27 de septiembre de 2015
Síndrome de Estocolmo
Un piano sonando solo en medio de una sala vacía.
El suelo es de mármol, igual que las paredes,
impecablemente frías,
patéticamente lisas.
Las teclas suben y bajan,
siguiendo un compás perfectamente medido,
describiendo una melodía insoportablemente perfecta.
El corazón del artista se va congelando a medida que avanza la partitura.
Sus pies ya son casi parte del suelo,
y sus manos no pueden separarse de ese instrumento casi vivo
que se ha convertido en una jaula preciosa.
Detener su percusión,
salir de la sala,
eso sería un crimen.
Sería un despiadado asesinato al sonido más divino de la historia.
Sería una traición a su perpetuo secuestrador.
El pianista le da la vida a aquello que le quita la libertad.
Pero esa melodía es suya.
Él es esa melodía.
Y su vida ya se ha convertido en una espiral dominada por un esperpento.
La más divina música salida de sus manos.
La libertad negada por hacer sonar a la belleza.
El más calculado Síndrome de Estocolmo.
domingo, 9 de agosto de 2015
Mamá tierra
Han derramado lágrimas los hombres por tu riqueza.
Han
bailado estirpes sobre tu cabeza.
Han descifrado tu geografía, te han explorado
y te han explotado.
Generaciones han besado el suelo del que eres madre.
Muchos
han dado gracias. Muchos otros te han tirado piedras a la cara.
Has engendrado
bestias, genios, artistas, arquitectos de tu propio imperio.
Los más sabios
solo han sabido imitarte.
Eres perfecta.
Me he escondido noches enteras bajo tu
manto.
Has dado de comer hasta al más salvaje.
Nos has hecho hermanos.
Nos has
hecho iguales.
Nos has amamantado hasta que te hemos mordido la teta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)