Miradas

domingo, 24 de marzo de 2013

El milagro que duró 17 milésimas.



Era noviembre. Sí, era un frio día aquel. Cuatro chicas con más capas de ropa de lo normal corrían hacia la estación de tren mientras reían recordando alguna que otra estupidez. Sí, no paraban de reír. Sacaron los billetes y esperaron en el andén durante unos minutos mientras charlaban. Ariadna, una de las chicas, agraciada de cara y simpática de expresión, adornaba su cabeza con un enorme moño un tanto desordenado y su cara, con una extensa sonrisa. Miraba de un lado para otro, como si buscase algo, alejándose más y más de la conversación. Aunque claro, eso no era nada extraño en ella, solía tener la cabeza  en mil partes y en ninguna a la vez. Entre tanto, las chicas seguían hablando y hablando. Julia, la más menuda de las cuatro, se quejaba de la tardanza del tren, pero con un tono irónico que hacía que hasta resultase divertido. Sí, ella siempre decía las cosas de tal manera que provocara alguna risilla, inconscientemente, claro. Era una gracia natural que ella tenía. Era una chica un tanto peculiar. Pecosa de cara, a causa de tomar el sol, rubia y con los ojos verdes. Pero no un verde normal, un verde especial. Sí, especial. Especial como ella. Julia y Ariadna eran amigas desde pequeñas y se querían mucho, como del suelo al cielo, aunque jamás lo decían en voz alta. Solían hacer mil tonterías sin que nadie lo entendiera, era una amistad extraña la suya. Y tal vez esta extrañez era precisamente lo que la hacía tan duradera y esencial en sus vidas. Por otro lado estaban Elena y Ágata. Elena era una paranoica nata, enrojecía con mucha facilidad, solo con hablar de ella paf, su cara se volvía roja como un tomate. Definitivamente, era la más tímida de las cuatro, motivo de más para que resultase perfectamente achuchable. Y Ágata. Ella era una chica diferente. Sí, creo que no encontraría alguien mínimamente parecida a ella ni aunque la buscara día y noche durante mil millones de vidas. Tenía un toque bipolar un poco molesto para algunos,  aunque para los que la conocían resultaba incluso adorable. Las cuatro se conocían de siempre, habían compartido momentos de todo tipo juntas y, por lo que tenían pensado, aun les quedaban otros tantos. Por el momento se limitaban a esperar el tren que les llevaría a Murcia, con el objetivo de pasar una tarde diferente por allí. Adoraban esa ciudad.


 —Pasajeros con destino a Murcia, suban al tren. 


Las cuatro subieron veloces al tren, dispuestas a pasar la tarde en Murcia. Algo diferente a Orihuela, quizás mejor. No, mejor a secas. Entre risas tomaron asiento. Todas las personas del andén subieron en manada, esperando encontrar un sitio en el que sentarse para no pasar el camino en pie. Ese tren a esas horas y hacia ese destino era muy agobiante. 


Es curioso como en un tren se unen tantas personas, tan diferentes, en tan poco espacio. Por delante de ellas pasaron ancianos acompañados por sus nietos, adolescentes con botellas llenas de ignorancia, parejas enamoradas y parejas que no tanto, grupos de jóvenes tal  vez demasiado escandalosos, algún extranjero algo desorientado, madres cargadas de carricoches y preocupaciones…unos que vienen, otros que van;  algunos con ganas de comerse el mundo, otros con ganas de que el mundo les coma a ellos. A Elena le fascinaba observarlos e imaginarse qué pasaba por sus mentes, qué vida escondían tras esa apariencia, qué circunstancias vivirían…A veces, entre ellas, lo comentaban. Ágata solía tener ocurrencias bastante graciosas acerca de lo que por sus mentes podía pasar, etcétera, lo cual resultaba  motivo de más para que las cuatro soltaran más de una carcajada. Ariadna, sin embargo, esta vez no estaba prestando atención a lo que hablaban, se dedicaba a mirar a través del cristal, sin pensar en nada concreto tal vez y tarareando alguna canción, siempre lo hacía.  Fue entonces, justo entonces cuando, en una fracción de segundo el mundo se paró. Nadie lo notó, pero el mundo se paró por completo. Tanta gente que pasaba, tantos comentarios que se mezclaban entre ellos, tanto ruido, tanto movimiento y, de repente… Una conexión, una explosión sorda, un cortocircuito. Los latidos de Ariadna podían escucharse en todo el vagón. Ese chico era pura dinamita.  Ella, completamente hipnotizada, clavando su mirada en un único objetivo: Él.

Había entrado al vagón entre risas, y lo había cambiado todo. Ella sintió la loca y desesperada necesidad de formar parte de él, sin tan siquiera conocerlo, de esa mirada, de esos ojos, que parecían de ciencia-ficción, en los que se había sumergido durante esa fracción de segundo. 


Sintió el impulso de decirle algo, tal vez de tropezárselo por casualidad. Era inútil, él ni siquiera la había visto. Una más de cien. Ariadna lo siguió con la mirada hasta que él se sentó en el vagón siguiente.  Piel morena, a juego con su pelo del color de la más bonita noche. Porte serio, pero derrochaba sonrisas. Y no sonrisas cualesquiera, las sonrisas más preciosas que jamás ella había visto. Sus ojos, capaces de hechizar a cualquiera que se pusiera por delante. Y su boca, el paraíso hecho carne. 


− ¿Habéis visto que ojazos tiene ese chico?


Solo pudo decir eso. Julia esbozó una sonrisa y asintió. Elena y Ágata también estaban de acuerdo. Con una diferencia, a ellas se les olvidó nada más salir del tren, Ariadna tenía clavada esa mirada en la mente y no pretendía borrarla de su memoria.
Al resto de personas, ese tren solo las llevó hasta Murcia, a Ariadna, sin embargo, la había llevado mucho más lejos.

lunes, 18 de marzo de 2013

''El crack del 2012'

Crisis. Crisis. Crisis. Solo se escucha esa palabra en las cada vez más tensas conversaciones de estos últimos meses. Que palabra más fea. Crisis. Solo caras tristes, historias que lo son más aun. Crisis.Personas que se quedan sin casa, sin trabajo y sin felicidad. Crisis. Padres de familia apurados, madres desesperadas y familias honradas   sin pan.
Esto me hace pensar.
¿Qué ha cambiado de unos años atrás hasta ahora? 
Hoy sales a la calle y todo es un tono más grisáceo que ayer. Las personas empiezan a verse faltas de esperanza,- y eso que dicen que es lo último que se pierde- y el día a día se parece cada vez más a una cuesta empinada que se resiste.
La crisis es una época de contrastes. A los ricos se les multiplican los anillos y a los no tan ricos se les divide  la fortuna. Pero, ¿acaso dependemos del dinero? Parece que sí.
Vivimos en una sociedad acostumbrada a vivir a lomos de billetes y monedas. Compramos felicidad artificial y la vendemos como mercancía. Hemos perdido todos los valores y ahora no explotan en la cara.
Sí, es cierto que hay que comer, y hay que dormir, y el dinero es necesario para ese tipo de cosas, no discrepo. Pero no hablo de eso.
Hablo de la avaricia en la que todo este juego de riqueza ha desembocado. Hablo de los hombres trajeados que han dejado sus escrúpulos a un lado. Hablo también de aquel que roba por necesidad, porque su hermano le ha negado su retoño, y del que roba por tener más que el vecino. Hablo del interés y el egoísmo que, en realidad, acaba matando a las personas. Hablo de aquellos que saltan para pisotear al otro, y no para abrazarlo. De todo eso hablo. Y no nos damos cuenta de que, a fin de cuentas, el dinero no es nada. Solo números que no determinan ciertas cosas. Números en los que no deberíamos dejarnos la piel.

Una sonrisa no vale dinero, ni un abrazo o un beso sincero. Las caricias y las palabras bonitas no las compra un maletín lleno de papeles.
Ni con el cheque más valioso del universo podrías comprar las primeras palabras de un niño, o una mirada de agradecimiento.
En definitiva, el amor, que es lo que mueve el mundo desde el primer día en el que éste se creó, no es algo que se adquiera a base de monedas. 
Hemos perdido los papeles y no somos conscientes de que, como bien dijo un grande en su día, ''las mejores cosas de la vida, no son cosas.''

domingo, 17 de marzo de 2013

Podría decir que sentí un escalofrío, que el mundo se paró y mi piel se erizó. Podría decir que se me aceleró el pulso y me sudaron las manos. Podría también decir que temblé y que desde entonces nada ha vuelto a ser igual.. Podría decir todo eso, pero sería mentira.

Tan solo fue como un pellizquito en el dedo meñique. Un chasquido de dedos en pleno silencio.  Fue una décima de segundo en la que algo hizo 'crack', aunque nadie lo escuchó.
El tren no se paró, ni las personas que en él habían dejaron de hablar, ni si quiera yo dejé de hacerlo. Fue una mirada demasido efímera que casi pasó desapercibida. Una mirada inocente y descuidada que sin saber el motivo, a partir de ese día provocó toda una historia. 

Podría haber sido como un día cualquiera y, ¿qué demonios? Lo fue.
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Nadie se cree todas esas chorradas que se desbordan de los libros. Todos preferimos tener los pies bien sujetos a la tierra, ¿no? Que nadie nos venda sus hiperboles ni sus fantasiosas historietas. Todos sabemos que eso no existe en el mundo real. Y lo pensamos de verdad. Malditos ilusos.
Lo que no sabemos es que ese pensamiento es precisamente el que nos aleja de la oportunidad de vivir cada día con una esperanza. No tenemos ni idea. Creamos nuestras propias cadenas y despues perdemos la llave. Así nos va.

Pues que sepáis que ese día, en ese tren, se produjo magia. Hubieron chispas y sonaron campanas. Que sepáis que mis ojos sí brillaron y que mi corazón sí latió más deprisa. Que a partir de ese día sueño y vivo con el mismo pensamiento, que tiene nombre y apellidos aunque, paradojicamente, yo no los sé.




viernes, 15 de marzo de 2013

Definiría escribir como el arte de volar con las palabras. El antídoto a la muerte, la fuerza de lo infinito.
Cuando algo se plasma, permanece en ese 'negro sobre blanco' eternamente. Ya se que lo eterno a menudo da vértigo, por esa razón, escribir es de valientes.

Este blog ha salido de la nada, como de una ráfaga de polvo. Este será el lugar donde guardar todos mis pensamientos, los más profundos, los más absurdos. Aquí derramaré poco a poco algunos de esos minutos que me quedan para pensar en medio de este ruido intenso que me abruma, e intentaré regalaros algunas de las palabras que más aprecio. 

Adoro viajar; esa sensación de libertad que da subirte a un tren sin destino definido. Esa misma sensación- que pocos pueden experimentar - es la que yo siento cuando pulso cada una de las letras de este viejo teclado.

El poder de crear, el poder de imaginar, de transportar y, sobretodo de desconectar. Las palabras son oxígeno y veneno. Son la clave de todo, la llave universal.  Solo hay que saberlas usar y aprender a valorar que cada una de ellas es una virtud que Dios nos da.

''Verba volant, scripta manent.''