Miradas

lunes, 30 de septiembre de 2013

El día que no cabía más pena en mi retina

Cuando llegué solo había
restos de versos tirados por el suelo,
canciones rotas
y lágrimas a medias.

No me dio tiempo a hablar,
ya se había ido.
No quedaba ya siquiera el eco de su esencia.
No dejó entre las sábanas
ni un diminuto ápice de su existencia.

Todavía se sentía el hedor a vacío,
los labios fríos
del que ansía besar tu espalda mojada.

Aquel silencio se tragó de un sorbo mis latidos
y se convirtió durante doce milésimas en la música del más ardiente infierno.

Deseé romper los cristales 
con la fuerza de un insecto,
con los ojos cerrados
y el corazón siempre abierto.

Conjuré dos deseos,
el primero mortal,
el segundo...
tenía que ver con tu ombligo y mis labios.

Mojé la almohada de pena,
reventé mil caricias contra el suelo,
arañé la pared con palabras que
habían sonado más bonitas a tu oído.

¿en qué momento se rompieron las botellas 
que llenamos de recuerdos?
¿quien se habrá llevado todas las verdades
que nunca nos dijimos?

Si sabes que la calle está llena de silencios
y mi tinta de la más espesa marea
que te arrancó de cuajo los más privados sueños.

Si sabes 
que si tú no estás yo no soy,
que si tú no eres,
yo no estoy.

Que rompería el hielo de la Antártida por morder tu cuello,
que con un solo pestañeo
eres capaz de tumbarme en el suelo.
Que, vida mía, si tú no estás yo no me muero, simplemente no vivo.





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