Miradas

domingo, 26 de abril de 2015

Diluvios

Llovía,
llovía con la fuerza de mil tempestades.
Llovía,
era Abril, que le mojaba el alma.
Llovía,
y las calles estaban más secas que nunca. 

lunes, 20 de abril de 2015

Desperté

Desperté un día que llovía. Creo que fue el destino y esa manía de la vida de suavizar las cosas de vez en cuando. Al principio solo vi sombras, escalas de grises y personas tan indistinguibles que formaban una especie de feo paisaje móvil. Las veía moverse como a trompicones, siempre en grupo y muy deprisa. Escuchaba sus voces, y no era música, sino ruido. Se compenetraban a la perfección para distorsionar el mundo. Parecía como si en mi ausencia hubiesen planeado su autodestrucción.

Después dejó de llover. Después el viento. Después la niebla. Después el frío. Después el golpe. Después la ausencia. Después la claridad. Después la realidad. Después el miedo. Después la vida. Después grité, y deseé morir cuando supe con certeza que acababa de nacer.


Desperté de un golpe. Y sonó a vacío. Salió el sol, y la humanidad sacó sus sombrillas, paraguas, sombreros y demás artilugios mientras yo lloraba y el mundo me abría sus mugrientos brazos. Bienvenida.


Todo era blanco, rectilíneo y artificial. La naturaleza nunca ha sido suficiente para las personas ambiciosas. Habían levantado muros, derribado bosques para crear paradójicos hogares. Habían matado vida para invertir en basura. Intercambiaban papeles y piezas metálicas continuamente y vivían por y para ello. Ofrecer ayuda se había convertido en un negocio y el verbo Tener se había puesto por encima del paradigmático Ser. 
Nadie se daba cuenta porque todos seguían una especie de cadena que ‘nadie’ había empezado.

Desperté sin querer hacerlo. La ignorancia es el sueño más bonito y ahora lo añoro.